
Durante la caída del sol un sábado de relajo, Farid fumaba un cigarro mientras regresaba a su casa. A la izquierda podía ver las playas limeñas que se iban desolando mientras pasaban los minutos y, a la derecha, una fila gigantesca de condominios reflejaban con sus ventanas el hermoso crepúsculo que se puede apreciar cerca al mar. “Qué bonito está el cielo, ojalá Carlos estuviera aquí para poder verlo. Ya quiero que regrese de París. Lo extraño bastante.” pensó Farid.
Carlos era la pareja de Farid. Tenían una relación monógama de casi una década y, según ellos, el amor y la confianza eran las principales claves para mantener una relación tan larga; nueve años y diez meses para ser exactos. Siempre la pasaban muy bien y, juntos, disfrutaban de todos los placeres que les ofrecía la vida. Fue ese sábado por la noche cuando la vida de Farid, o lo poco que quedaba de ella, tomó un brusco camino.
Farid seguía caminando por el malecón de Miraflores. El cigarrillo que Farid estaba fumando casi se consumía por completo; como buen ciudadano, buscó un tacho de basura para desechar la colilla de cigarro. Al detenerse un rato cerca al bote de basura, un carro negro se detuvo frente a él. La luna polarizada se abrió y del vehículo salió una voz familiar.
—¡Farid! —dijo el hombre que conducía el carro.
—¿Jorge? —no podía creer que estaba viendo a su mejor amigo de la secundaria.
—A los años, huevón. ¿Cómo has estado?
—Bien, bien. ¿Tú?
—Perfecto. Oye, ¿qué planes para esta noche? Yo estoy yendo a mi casa. Te parece si nos tomamos unas chelitas. Para recordar nuestra adolescencia, pues.
—Ya, perfecto. Vamos. Pero tú pones el trago, ah. —dijo Farid entre risas.
Farid subió en el asiento del copiloto, cerró la puerta y se puso el cinturón de seguridad.
—¿Quieres empezar de una vez? —Preguntó Jorge enseñándole una pequeña botella de cerveza medio vacía.
Farid dudó un poco de tomar de una botella ya abierta, pero esta venía de Jorge. Él fue su mejor amigo de la secundaria, no podía desconfiar de él.
—Vamos, toma. Está heladita. Recién la abrí en el semáforo anterior.
—Pensé que no podías tomar mientras manejabas.
—No va a pasar nada si no dices nada.
Un poco asustado, Farid agarró la botella y tomó casi toda la cerveza que esta contenía.
—Muy bien. Ahí atrás hay más si quieres ir tomando. Para llegar a mi casa nos demoraremos una media hora.
—OK
El carro avanzaba y los minutos comenzaron a sentirse lentos.
—Cuéntame, Farid. ¿Cómo te va con Carlos? ¿Cuánto tiempo ya tienen juntos?
—Nueve años.
—¿Cuándo cumplen diez?
—En un par de meses.
—Asu, eso hay que celebrarlo. Espero me invites a la fiesta.
—Claro —Farid empezó a sentir su cuerpo adormecido —. Oye ¿qué cerveza era esa? Parece que la tomé muy rápido.
—No creo, yo te veo bien.
—Pues no me siento muy bien —Farid bajó la ventana.
El aire entraba mezclado con la brisa del mar. Farid sentía su rostro fresco y, poco a poco, se fue quedando dormido.
•••
Farid despertó amarrado a un tubo en el techo del sótano de una casa antigua. Sus ojos estaban tapados por una gasa negra y su cabeza la sentía muy ligera. El cuarto en el que estaba era oscuro. Lo único que ayudaba a tener un poco de luz era un diminuto foco cubierto en mugre en el centro de la habitación.
—Farid, al fin despiertas. Ya me estaba aburriendo.
—¿Qué pasa? ¿A dónde me has traído?
—Eso no importa. Hoy nos vamos a divertir.
—¿Qué vas a hacer? Déjame ir, por favor.
—Solo quiero darte un par de masajes en el cuerpo.
—¿De qué hablas? Suéltame, por favor.
Jorge se alejó de Farid mientras soltaba una risa tenebrosa, parecía que la hubiera ensayado porque se escuchaba casi perfecta. Era tan perfecta que no daba miedo. Incluso se podía apreciar el esfuerzo que había puesto en ella.
—Jorge, ¿qué haces? Ya suéltam… ¡AH!
Farid sintió un fuerte chicotazo en la espalda.
—¡QUÉ MIERDA TE PASA, HUEVÓN! —gritó Farid mientras un dolor insoportable le invadía la espalda.
Jorge se puso frente a Farid y le enseñó un látigo de tres puntas.
—Sabes que esto se llama san martincito, ¿verdad? Hoy te voy a castigar.
—¡Qué mierda te he hecho, imbécil!
—Todo —dijo Jorge serenamente.
Farid sintió otro chicotazo en la panza.
—¡NO, YA BASTA! —dijo Farid aguantando el dolor.
—Yo siempre estuve enamorado de Carlos, pero tú te quedaste con él.
Farid sintió otro chicotazo en la espalda. Jorge seguía hablando mientras lo seguía rodeando como un tigre acecha a su presa.
—Yo no sabía —dijo Farid entre llantos —. Nunca me dijiste que te gustaba Carlos.
—Porque sabía que no tenía oportunidad. Siempre te tuve ENVIDIA por eso.
Farid sintió otro chicotazo, pero esta vez en las piernas.
—Ya no, Jorge. Basta. Yo no tengo la culpa de tus celos.
—Sí, tú tienes toda la culpa. Y no es solo eso, en el colegio siempre fuiste mejor que yo en todo.
Jorge le tiró otro chicotazo en la espalda a Farid.
—Siempre fuiste el mejor en Matemática, en Inglés, en Física. Nunca podía ser mejor que tú en nada. Tuve que vivir con eso toda mi vida. ¿Sabes lo que es vivir sabiéndote menos que tu mejor amigo por toda tu puta vida?
Farid sintió un chicotazo más en el cuello y el rostro. En segundos, una gota de sangre empezó a bajar por su mejilla y se extendía por el cuello hasta llegar a manchar su ropa.
—Jorge, basta. Yo no sabía que sentías eso. Me lo hubieras dicho. Lo hubiéramos conversado. No es justo que me hagas esto.
Jorge le tiró tres chicotazos seguidos.
—Jorge, por favor. Te lo ruego, ya no.
—De aquí nadie te va sacar. Así como nadie me sacó de ese hoyo de mierda donde siempre era el peor a tu lado.
Farid sintió cuatro golpes más en su espalda. No lo podía ver, pero sentía que su espalda estaba llena de sangre.
—Hoy me vas a pagar todo lo que me quitaste. Hijo de puta.
Los chicotazos fueron y vinieron por varios minutos hasta que el objetivo en mira dejó de existir.